miércoles, 10 de diciembre de 2008

Menudo Cupido...

Uno dos tres cuatro... 20 pasos. 20 metros.


Media vuelta... Apunto, fuego y... ¿Dónde es
tá la flecha?


Dios.


A urgencias.


Extrañamente tranquilo, mientras el coche baila al compás de un camino mal arreglado, observo mi mano. Ahí está parte de la flecha. El resto quedó no muy lejos de la diana. ¿Tío, estás bien? Ni sangre ni dolor.


Llegamos.


Al salir del coche aparecen la sangre y los nervios. Afuera me esperan un grupito de señores con bata y sus delicados instrumentos. Afilados,apuntandome. Observando inquisidores. Precisión. Frío aséptico.


tic, tac; tic, tac; Sala de espera.


¿Nombre?¿edad?¿alergias?


tic, tac; tic, tac;


El reloj de pared no me cae bien. A través de un pasillo de miradas me conducen a una sala. La enfermera me guía. Ella. Su sonrisa. El único elemento apaciguador en todo el cuadro. Alcohol, amoniaco perfumado de limpieza, olores de un recinto aséptico en el que hasta la iluminación contribulle a mi incomodidad.


Uno, dos, tres, cuatro... Cuento para no explotar. ¿Nombre?¿Edad?¿Alergias? (Sí, a las inyecciones) No, que yo sepa.


Vuelve la hermosa sonrisa. Trae un montón de material médico sobre el que destaca una especie de cizalla horriblemente brillante. Se la pasa al jefe.


tic, tac; tic, tac; tic, tac;


El techo es horríblemente blanco... ¡No del todo! Alguna manchíta aquí y allí... ¡Oouuchh! de vuelta a la tierra. El jefe está haciendo de las sullas.


Me mira despectivamente.


... cinco, seis, siete, dos-mil-cuatrocientos-setenta-y-dos... No, eso no vale. Los astrónomos preferían usar exponenciales para expresar distancias entre estrellas. e-elevado-a-uno, e-elevado-a-dos... e-elevado-a-diez-mil... ¡Oouuch! Araño las sábanas. Ni con números inimaginablemente grandes encuentro una pizquita de sosiego.


La enfermera me vuelve a sonreir. Apaciguadora. Siempre cordial. El único calor de este infierno helado... ¡Oouuchh! El techo se mueve demasiado. No estoy echo yo para esto...


tic, tac;


Todos me miran con curiosidad. ¿Qué?... ¿Ya?... Me incorporo confuso. Otra mirada despectiva. Pero ella me entiende. Me mira. ¡Qué ojos!


Observando el pastel de la mano izquierda se me escapa un suspiro...


¿Quién quiere volver a tirar con arco?


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